
Celebramos en este año 2009 el II Centenario del nacimiento de Louis Braille, creador del sistema universal de lectoescritura para personas ciegas. Con esta serie de cuatro artículos quiero homenajear a esta ilustre personalidad, a la vez que acercar a la ciudadanía actual su vida y obra, llena de valores propios de las grandes personas de la Historia de la Humanidad.
Por José María Casado, maestro experto en Pedagogía Terapéutica
Capítulo I – Una infancia corta, intensa y afortunada
Cuando el 4 de enero de 1809, doña Monique Baron comunicó a su marido, Simon René Braille, que le había llegado la hora del parto, no sospechaba que aquel niño iba a tener un lugar tan importante en la historia, puesto que su condición humilde de ama de casa y de artesano no les daba unas expectativas mayores que las que ellos tenían. Aunque, ¡quién sabe! ”“pensaba alguna vez su padre- ¡por fín, un hijo, que puede seguir con mi taller o hacer carrera militar en el poderoso ejército del Imperio, a las órdenes de Napoleón Bonaparte!.
El pequeño Louis fue un motivo de alegría en aquella casa en la que la familia Braille vivía hasta el momento con otras dos hijas. Pronto sorprendió a todos en el pueblecito de Coupvray, en la región del Marne, a unos 40 kilómetros de París, por su viveza y alegría.
Simon René sacaba adelante a su familia con el negocio de un taller de guarnicionero y algunos trabajos en casas importantes restaurando objetos y elementos de adorno. En aquella época no le faltaba el trabajo ya que entre sus labores de guarnicionero estaba la de preparar aparejos para las monturas y el ejército del gran Napoleón Bonaparte, en su campaña de conquista de España, necesitaba con urgencia y en cantidades más abundantes de las habituales estos utensilios.
Louis, con apenas tres años cumplidos, jugaba por el taller imitando las acciones de su padre. La desgracia quiso que, en uno de estos juegos, el niño se clavara una lezna en el ojo izquierdo, causándole una grave infección que se propagó en pocos días al ojo sano, de tal modo que antes de que acabara el año 1812 Louis ya estaba ciego de ambos ojos, de manera irreversible.
A pesar de esta circunstancia y de que, quizá, se habrían evaporado de golpe muchas de las ilusiones que estaban puestas en aquel crío, sus padres, con el apoyo inestimable del párroco local Padre Jacques Palluy, lo llevaron a la escuela con el resto de niños de su localidad natal.
Quiero detenerme en este punto de la biografía de Louis Braille porque considero que esta decisión de los padres y del entorno fue uno de los grandes aciertos que contribuyeron a que la personalidad de aquel niño ciego lograra los niveles de grandeza a los que llegó, desde la perspectiva histórica que nos asiste en este año 2009.
Es necesario, en este punto, hacer unas consideraciones sociales y educativas de la época en que se desarrollaron estos primeros años de la vida de nuestro admirado Louis.
Hacía ya 20 años de implantación de la Revolución Francesa, con sus ideales de igualdad, libertad y fraternidad, y aún no se habían asumido los grandes cambios que la sociedad francesa pretendía. Todavía el ideario antirreligioso y anticlerical, conceptos unidos en el espíritu revolucionario al mantenimiento de las diferencias entre clases sociales, y en clara contradicción con la pretendida igualdad que contenía el derecho de ser ciudadano, no había impregnado la vida cotidiana de la sociedad rural. Y a esta situación también contribuía la incertidumbre ante el resultado de los cambios propuestos y las continuas levas de hombres con que el ejército debía nutrirse. El futuro de aquellos hombres y mujeres no tenía una respuesta más allá del corto plazo.
Por otro lado, el apartado educativo resultante de la Revolución tenía aspectos muy positivos, como eran los de hacer que la instrucción de la población fuera obligatoria y gratuita hasta los 12 años. Y que, entre otras figuras pedagógicas, se pusieran en valor las ideas del naturalismo, propuesto por Jean Jacques Rousseau, como figura más representativa. Pero había dos grandes déficits en esta pretensión de los dirigentes de la Revolución: no había maestros suficientes para mantener una escuela pública y a ésta no querían enviar las familias a sus hijos por la negación a los valores religiosos, tan profundos en la sociedad francesa hasta ese momento.
Concédanme los lectores licencia para solicitarles en este momento del presente texto que se imaginen la familia de Louis Braille con estas circunstancias y con una criatura ciega de corta edad. No es muy complicado pensar en la angustia de aquella familia en la búsqueda de razones de lo ocurrido, unas llenas de culpabilidad por no haberle prestado la atención suficiente y haber previsto situaciones de peligro, otras de conformidad o desesperación ante un destino tan cruel para un niño. Es fácil de comprender y sentir sus preocupaciones ante el presente y el futuro. ¿Cómo iba a defenderse en una sociedad tan difícil para las personas que no presentaban problemas?
Sin embargo, todas estas circunstancias sociales y educativas favorecieron la evolución de Louis Braille, tanto en sus cualidades intelectuales como físicas y sociales, base de ese perfil humano que le distinguió, tanto en su vida personal como en el desarrollo de su profesión de maestro.
El asistir a la escuela local con los compañeros de su edad, le proporcionó, siendo uno más, unas capacidades básicas de relación social, modelos de competir con el resto de compañeros, aptitudes para la atención, la memoria, para la comprensión de la realidad a través de percepciones no visuales, además de capacidades para la expresión verbal de situaciones, emociones y adaptación a una situación de inferioridad en múltiples aspectos de la vida diaria, al igual que una gran curiosidad y un gran sentido crítico ante las rutinas.
También le benefició la concepción pedagógica, en la que el conocimiento de la realidad se hacía a través de la experiencia, la educación sensorial, el contacto con la naturaleza y la relación directa con el entorno social de convivencia diaria. De este modo, no es extraño que, en los primeros años de su estancia en la escuela fuera uno de los alumnos aventajados y fuente de orgullo de sus padres y de su mentor, el padre Palluy.
Pero, como era natural, con el paso de los años, iba teniendo más dificultades para su formación, ya que la enseñanza estaba organizada en función de la capacidad visual, casi en su totalidad. Así que, cuando ya tenía 10 años, ingresó en la Institución Real para Jóvenes Ciegos, de París.
Esta etapa de su vida la expondremos en un próximo capítulo, que llamaremos “Una formación en rebeldía”.
Me ha encantado el articulo, seria util hacerlo en video para los pacientes ciegos